jueves, 27 de marzo de 2014

Anónimos

Está bien, comenzaré de nuevo y trataré de ser más claro. Disculpe, señor agente, pero estoy demasiado nervioso. Empiezo otra vez.
            Al principio era la típica historia de celos. Ya sabe: exnovio despechado porque su chica le ha dejado por otro la persigue día y noche hasta averiguar quién es el tipo que se la está tirando. Tras barajar varias opciones se decide por la más sensata: empezar a enviarle anónimos. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez?
Las primeras veces eran poco más que indirectas, lo suficiente para ponerlo nervioso y que se apartara de ella. Pero con el paso de las semanas me fui viniendo arriba. O tal vez quise subir un peldaño viendo que no surtía efecto y ni él decidía mudarse de ciudad ni ella llamaba a mi puerta con la firme intención de abalanzarse sobre mí para fundirnos en un abrazo sempiterno. En fin, las indirectas pasaron a ser amenazas de tal calibre que mientras las iba confeccionando yo mismo dudaba de si me atrevería a cumplirlas en caso de verme obligado.
            El método fue otro clásico. Sí, ya lo sé que está muy trillado, pero qué le voy a hacer. Soy un gran cinéfilo y, si bien el pegamento de barra deja unas huellas dactilares estupendas, las letras de revista recortadas confieren una estética ideal, propia de la intimidación perfecta. No me mire así, señor agente, bastante mal me siento ya como para tener que aguantar también sus mofas (dicho sea desde el respeto).
            Como le iba diciendo, transcurrió aproximadamente mes y medio. Seis viernes sin faltar a mi cita con un buzón con nombre de traidor. Las tres primeras veces lo hice por la tarde, pero a partir de la cuarta entrega resolví que debía volverme menos previsible, así que varié mi horario de visitas. Coincidió precisamente con el cambio en el tono de mis coacciones, aunque a priori no estaba premeditado.
Entre usted y yo, señor agente, y ya sé que su profesión no es compatible con enviar anónimos aunque éstos sean totalmente necesarios y merecidos, pero si alguna vez tiene intención de amenazar misteriosamente a alguien escoja otra vía. Al principio, el sentirse un artesano de las palabras es muy romántico. Primero eliges cuidadosamente el mensaje, después planeas la disposición de las letras y por último deshojas a golpe de tijera la primera revista que encuentras. Como estás profundamente enamorado no lo dudas: han de ser revistas del corazón. Más tarde, y como se está haciendo tan de noche y al día siguiente tienes que madrugar, en lugar de ir letra a letra comienzas a buscar palabras completas, pero claro, después de leerte hasta el horóscopo, te das cuenta de que jamás encontrarás según qué palabras. Es así como he echado a perder la colección de novela negra que me regaló mi ex. Bueno, cuando sepa para qué la he empleado seguro que lo entiende, estoy seguro de que hasta me lo agradece.
            En resumidas cuentas, que yo a lo que vengo aquí no es a confesar, ni a entregarme ni a nada de eso. Yo vengo a poner una denuncia. ¿Contra quién? Pues contra el actual novio de mi ex. El tipo en cuestión, vamos. Si me dejara terminar la historia no pondría esa cara de asombro. Escuche; de un tiempo a esta parte estoy recibiendo respuesta a todas mis amenazantes misivas. El mismo procedimiento: sobre cerrado a lengüetazas. Ya lo sé, ADN por un tubo, pero bueno. Dentro la hoja con letras en papel cuché recortadas y pegadas por el dorso de cada una de mis cartas originales.
            ¿Que si me devuelve las amenazas? Ojalá, pero es mucho peor: ¡se muestra comprensivo! Así es, señor agente, como lo oye. ¿Que yo le decía que le iba a pinchar las ruedas del coche?, pues el me responde que lo entiende, pero que eso no va a hacer que me sienta mejor. ¿Que mi carta le informaba de la parte del cuerpo que tenía pensado cercenarle si volvía a ponerle una mano encima a mi chica?, pues el reverso de la misma me invitaba a un café para explicarme cuánto amor sentía por ella y lo felices que se hacían el uno al otro. Y lo peor de todo: ¿que yo le daba cumplidos detalles de la rama del árbol de la cual iban a encontrar meciéndose su cadáver?, pues él me comunicaba que iba a rezar no sé cuántos padrenuestros para no sé qué de salvar mi alma del pecado capital de la ira. ¿Pero con qué clase de tío está mi chica?
            Agente, por favor tiene que hacer algo. Deténgalo, envíe dos o tres coches patrulla, el helicóptero, francotiradores… Le daré la dirección y la hora exacta a la que suele estar allí con ella. Un tipo así no puede estar en su sano juicio. Y por favor, deje de mirarme como si yo fuera el que está loco.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Miedo

Lóbrego nado del que despierto.
Desde la orilla me pasan una pelota
que salpica de desesperanza y miedo
las cuencas de unos ojos que ahora
lloran
para     disimular         el        mar.

La llegada al primer mundo se parece
sospechosamente
a la huida del que llaman tercero.

Mientras braceo aprendo conceptos como
nocturnidad y alevosía.
Algunos de mis compañeros logran ver la luz
allí al fondo,
pero yo solamente atisbo oscuridad
y miedo.
¿Había mencionado ya el miedo?

La guardia civilizada me recibe con los brazos abiertos,
y sin embargo luego
la esperanza no es más que un color verde uniforme.
¿Por qué lo llamarán devolución en caliente
si yo aún estoy tiritando
de frío,
            de hambre
                       o de miedo?
Eso ya os lo había contado.

Tal vez esta noche amanezca.