De haberlo sabido probablemente
no hubiese dejado tantas cosas al azar. Creía haber cuidado hasta el último
detalle, pero no contaba con que el frío y largo invierno helara su vida hasta
el punto de dejarla bajo mínimos, de acercarla al desvarío.
Una semana
antes había pedido una excedencia en el trabajo. No dijo el porqué, tan sólo
que necesitaba tomarse unos meses sabáticos. ¿Precisamente ahora, que estamos
preparando la campaña navideña?, oyó mientras abandonaba el despacho del jefe
de recursos humanos dejando patente que poco le importaban las consecuencias de
su decisión.
Dio una cena con los amigos, fue
a visitar a sus padres y dejó un mensaje poco tranquilizador en el buzón de voz
de su ex esposa. Hubiera dado cualquier cosa por poder despedirse del pequeño
Jorge, pero a los cinco años un niño a duras penas entiende que su padre no
vaya a ir a verle el domingo, así que agradeció que la grabación de una
perfecta desconocida le hablara en términos tales como apagado, fuera de
cobertura o después de la señal. Por último, y antes de apagar el ordenador, redactó
un breve pero emotivo mensaje como autoreply
en su cuenta de correo electrónico. Prefería que todos sus contactos estuviesen
enterados.
Se puso su mejor jersey de lana,
quizás algo grueso para mediados de octubre, pero no quería tener que
lamentarlo a posteriori. Se calzó las botas de montaña por encima de un
pantalón de pana algo viejo que hacía años que no usaba. En un acto casi
instintivo, fue al baño y orinó. Se acercó a la cocina y lentamente bebió un
largo vaso de agua, que saboreó como el último de su vida.
Ya sobre la cama, se quedó
sentado unos minutos. Lo había meditado mucho y por fin lo tenía claro. Aquél
era el día y aquélla la hora adecuada, cuando la noche empezaba a asomar su
hocico por entre los agujeros de la persiana de su cuarto de divorciado. ¿A qué
esperar, si nada iba a hacerle ya cambiar de idea?
El tiempo decúbito supino pasa
más lento, pensó. No sabía cuánto llevaba en aquella posición, con los ojos
cerrados y dejando que la cabeza orbitara. ¿Estaba aún despierto o en un
letargo más propio del estado al que se encaminaba? No supo darse respuesta,
nunca había pasado por aquel trance, así que decidió esperar a ver a dónde le
llevaba aquello.
No debía ser tan difícil. Lo
había visto una vez en la televisión, concretamente en un documental que
pasaron a altas horas, en una noche que su vigilia y su tormento habían
decidido pasar juntos en el sofá de casa. Los osos lo hacían y además todos los
años por aquellas fechas. Unas especies durante más meses, otras durante menos.
Pero él no tenía pensado abusar y, aunque no le hacía ascos a nada e incluso
disfrutaba de un periodo de seis meses de excedencia laboral, se conformaba con
poco tiempo para empezar. Si le gustaba e iba cogiéndole el tranquillo iría prolongándolo
en el tiempo en años venideros.
Hibernar. Sonaba tentador. La solución
a todos mis problemas, pensó. No soportaba el invierno con sus noches largas,
sus frías madrugadas, la navidad… Siempre la había considerado una época
prescindible para su espíritu depresivo y solitario y se le ocurrió aquella alocada
idea después de ver el documental. Si los plantígrados podían disfrutar de ello
en sus vidas, ¿por qué los humanos no? ¿Alguien lo había intentado alguna vez?
Sin embargo la alegría le duró
poco, apenas unas cuatro horas. Un golpe de hacha en la puerta de la entrada le
arrancó del mismo profundo sueño que no habían podido hacerlo los zumbidos del
timbre. Tras el bombero, el manojo de nervios en que se había convertido su ex
mujer entró gritando su nombre desesperadamente. ¡Estás vivo, estás vivo!,
gritaba mientras le abrazaba. Acababa de entrar la primavera.