La canción de cuna de un niño
muerto
pasea sus acordes por el
vientre,
desengaña pero no lleva al
huerto,
arrasa con lo que a su paso
encuentre.
Viste de negro, pero no de
oscuro,
lleva un “cuánto lo siento” en
la solapa,
se lamenta (que no es cruzar el
muro),
no es pegadiza por más que te
atrapa.
La canción de cuna se canta al
alba,
cuando van a dormir todos los
sueños
que no han visto ni un mal rayo
de luna.
Es la oda de los vivos
pedigüeños,
de barrigas hinchadas por la hambruna;
los que respiran pero crían
malvas.