sábado, 30 de noviembre de 2013

Después de la partida

Veré qué hago después de la partida
de cartas de amor malinterpretadas.
Si queda algo de mí dale patadas
o hazle cosquillas, que es quitar la vida.

Tendrás noticias de mis abogados
(quizá me defiendan tus periodistas).
A estas alturas ¿quién no sigue pistas
falsas por no admitirse los pecados?

Coge el móvil de góndola si llamo
al pan vino y al vino Corpus Christi
para digno implorarte la revancha.

Yo escondo un as por si dan manga ancha.
Mientras tanto veré si te reclamo
lo que menos merezco al forty-sixty.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Las siete y diez

Ruidos, gritos y golpes. Persecuciones y estallidos de distintas magnitudes. Algún que otro disparo, casi todos lejanos, rugidos de motores en desesperada aceleración o frenazos repentinos conformaban la banda sonora de aquella noche. A decir verdad, la cosa se estaba poniendo muy fea ahí fuera, pero yo actuaba como si aquello no fuera conmigo.
En esa actitud indolente debí permanecer varias horas hasta que alguien llamó a la puerta. Fueron unos golpes secos de nudillo, tan seguidos y enérgicos que me arrancaron del letargo en el que me encontraba sumido. Al principio no reaccioné más que quedándome mirando fijamente a la puerta, pero a los pocos segundos supe que debía hacer algo. Me incorporé del sillón desvencijado en el que me había desplomado quién sabe cuántas horas atrás y me dirigí no a la puerta, sino a la ventana que flanqueaba la entrada de la casa. Con la mano aún manchada de sangre corrí el suficiente trozo de cortina que me permitiera ver sin ser visto. Un rojo escandaloso impregnó el visillo con mis huellas dactilares mientras yo me preguntaba si la sangre me pertenecía o no.
Desde aquél ángulo, tan muerto como el resto de los presentes en el salón, no conseguía ver quién era el que había llamado, así que pegué la mejilla derecha al gélido cristal y traté de dirigir la mirada todo lo que pude hacia el umbral de la puerta. No logré ver más que un roñoso felpudo y, sobre él, dos enormes ratas que a priori me parecieron incapaces de llamar intencionadamente a la puerta.
Una presencia al otro lado del cristal hizo que diera un respingo y me apartara de golpe de la ventana. Del mismo susto caí de espaldas y me golpeé la nuca con el respaldo de una silla, pero aquella situación no aconsejaba un desmayo, así que tuve que conformarme con rascarme repetidas veces la cabeza y aguardar a la salida del chichón.
Aquellos ojos me miraron fijamente y de un modo extraño. Pensé que si no me movía tal vez no notarían mi presencia, pero aquella mujer poco tenía que ver con un Tiranosaurio Rex y no parecía dispuesta a apartar la vista de los míos.
Sin embargo lo extraño es que en ningún momento sentí miedo. La situación era tensa y la ansiedad por no saber qué estaba pasando ahí fuera pudo llegar a alterarme y quién sabe si a cometer alguna locura, pero en el fondo estaba bastante tranquilo. Sí, es cierto que allí dentro había víctimas, pero yo no las conocía. Había entrado en esa casa casi por casualidad aprovechando que la puerta estaba entreabierta y una vez allí me encontré el percal. Los gritos se oían incluso con las ventanillas del coche subidas cuando el semáforo que había frente a la casa me mandó detenerme. Y sabe dios que traté de socorrer a todos los que pude, que intenté detener las hemorragias de algunos de ellos y que no decidí usar mi navaja suiza para quitarles la vida hasta que no se pusieron realmente agresivos conmigo. Fue defensa propia y no me arrepiento de ello.
Sonó el teléfono de aquella sala y me abalancé contra la mesita de cristal sobre la que descansaba. Evidentemente no preguntaban por mí, pero no me atreví ni a identificarme, ni a delatarme ni por supuesto a dar detalles de la situación en que se encontraban en aquellos momentos los que parecían ser sus seres queridos. No se pueden poner, me limité a responder para no faltar a la verdad. No, se lo agradezco, pero no se preocupe por mí. Yo estoy bien y todo esto pasará muy pronto. Mañana tengo que ir a trabajar, con lo que como muy tarde a las siete y diez de la mañana me sonará el despertador. No estoy bromeando, señora, mañana tengo una reunión muy importante. Señora, le agradezco sus consejos, pero no pienso huir a ninguna parte, no creo que tengamos que ponernos nerviosos a estas alturas. Por favor acuéstese, que es muy tarde y debe de estar cansada. Está bien, que dios le proteja a usted también.
Enfrascado como estaba en la conversación telefónica no debí darme cuenta del estallido de los cristales de la ventana y justo al colgar el auricular noté un dolor intenso en el muslo. Me pareció como el mordisco de un perro, pero cuando me di la vuelta y me miré la pierna vi de nuevo aquellos ojos de mirada inexplicable en el lugar en que debían estar los del can. Genial, me dije, esto me ayudará a despertar por fin de esta larga pesadilla.
Y mientras aguardaba pacientemente a que aquel zombie en quien no creía terminara con mi pierna derecha y se pasara a la otra empecé a dudar de si aquello era un producto de mi imaginación o no. ¿Qué hora debía ser en la paz de mi habitación? Y por primera vez comencé a sentir algo de miedo e incertidumbre y deseé que para las siete y diez quedara todavía algo de mí si es que aquello no era realmente un mal sueño.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Os ficho como amantes

Os ficho como amantes a jornada
completa, sin asueto ni propina,
como mis consultoras de almohada
para cuando la ausencia me conmina.

Os necesito tanto que os consiento
que a veces cuando os llamo no vengáis
a besarme en la boca cuando intento
contar vuestras miserias, bellas chais.

Si alguna vez os miento con certezas
o a leguas se me ve la alegoría,
con piedra en mano abridme la cabeza.

No os aseguro que no vuelva a hacerlo,
y sólo os pido vuestra compañía
cuando haya de escribirlo pa’ creerlo.