lunes, 23 de diciembre de 2013

De haberlo sabido

De haberlo sabido probablemente no hubiese dejado tantas cosas al azar. Creía haber cuidado hasta el último detalle, pero no contaba con que el frío y largo invierno helara su vida hasta el punto de dejarla bajo mínimos, de acercarla al desvarío.
            Una semana antes había pedido una excedencia en el trabajo. No dijo el porqué, tan sólo que necesitaba tomarse unos meses sabáticos. ¿Precisamente ahora, que estamos preparando la campaña navideña?, oyó mientras abandonaba el despacho del jefe de recursos humanos dejando patente que poco le importaban las consecuencias de su decisión.
Dio una cena con los amigos, fue a visitar a sus padres y dejó un mensaje poco tranquilizador en el buzón de voz de su ex esposa. Hubiera dado cualquier cosa por poder despedirse del pequeño Jorge, pero a los cinco años un niño a duras penas entiende que su padre no vaya a ir a verle el domingo, así que agradeció que la grabación de una perfecta desconocida le hablara en términos tales como apagado, fuera de cobertura o después de la señal. Por último, y antes de apagar el ordenador, redactó un breve pero emotivo mensaje como autoreply en su cuenta de correo electrónico. Prefería que todos sus contactos estuviesen enterados.
Se puso su mejor jersey de lana, quizás algo grueso para mediados de octubre, pero no quería tener que lamentarlo a posteriori. Se calzó las botas de montaña por encima de un pantalón de pana algo viejo que hacía años que no usaba. En un acto casi instintivo, fue al baño y orinó. Se acercó a la cocina y lentamente bebió un largo vaso de agua, que saboreó como el último de su vida.
Ya sobre la cama, se quedó sentado unos minutos. Lo había meditado mucho y por fin lo tenía claro. Aquél era el día y aquélla la hora adecuada, cuando la noche empezaba a asomar su hocico por entre los agujeros de la persiana de su cuarto de divorciado. ¿A qué esperar, si nada iba a hacerle ya cambiar de idea?
El tiempo decúbito supino pasa más lento, pensó. No sabía cuánto llevaba en aquella posición, con los ojos cerrados y dejando que la cabeza orbitara. ¿Estaba aún despierto o en un letargo más propio del estado al que se encaminaba? No supo darse respuesta, nunca había pasado por aquel trance, así que decidió esperar a ver a dónde le llevaba aquello.
No debía ser tan difícil. Lo había visto una vez en la televisión, concretamente en un documental que pasaron a altas horas, en una noche que su vigilia y su tormento habían decidido pasar juntos en el sofá de casa. Los osos lo hacían y además todos los años por aquellas fechas. Unas especies durante más meses, otras durante menos. Pero él no tenía pensado abusar y, aunque no le hacía ascos a nada e incluso disfrutaba de un periodo de seis meses de excedencia laboral, se conformaba con poco tiempo para empezar. Si le gustaba e iba cogiéndole el tranquillo iría prolongándolo en el tiempo en años venideros.
Hibernar. Sonaba tentador. La solución a todos mis problemas, pensó. No soportaba el invierno con sus noches largas, sus frías madrugadas, la navidad… Siempre la había considerado una época prescindible para su espíritu depresivo y solitario y se le ocurrió aquella alocada idea después de ver el documental. Si los plantígrados podían disfrutar de ello en sus vidas, ¿por qué los humanos no? ¿Alguien lo había intentado alguna vez?
Sin embargo la alegría le duró poco, apenas unas cuatro horas. Un golpe de hacha en la puerta de la entrada le arrancó del mismo profundo sueño que no habían podido hacerlo los zumbidos del timbre. Tras el bombero, el manojo de nervios en que se había convertido su ex mujer entró gritando su nombre desesperadamente. ¡Estás vivo, estás vivo!, gritaba mientras le abrazaba. Acababa de entrar la primavera.

jueves, 12 de diciembre de 2013

No, bwana

Propongo dar cien golpes en la mesa,
hacer la huelga por no hacer el vago,
gritar ¡no, bwana! a crímenes de lesa
humanidad (sangro ergo no trago),

cruzarse de brazos ante amenazas
de tipos de moral encorbatada,
tapar la calle, que es jugar tus bazas,
perder el miedo, que es no perder nada.

Propongo no acudir a la llamada
del deber, desoír a posta el canto
de sirenas que disuaden disturbios.

¿Qué vas a hacer tú cuando la afilada
garra del capital deshile el manto
de tus derechos, carne de suburbio?

sábado, 30 de noviembre de 2013

Después de la partida

Veré qué hago después de la partida
de cartas de amor malinterpretadas.
Si queda algo de mí dale patadas
o hazle cosquillas, que es quitar la vida.

Tendrás noticias de mis abogados
(quizá me defiendan tus periodistas).
A estas alturas ¿quién no sigue pistas
falsas por no admitirse los pecados?

Coge el móvil de góndola si llamo
al pan vino y al vino Corpus Christi
para digno implorarte la revancha.

Yo escondo un as por si dan manga ancha.
Mientras tanto veré si te reclamo
lo que menos merezco al forty-sixty.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Las siete y diez

Ruidos, gritos y golpes. Persecuciones y estallidos de distintas magnitudes. Algún que otro disparo, casi todos lejanos, rugidos de motores en desesperada aceleración o frenazos repentinos conformaban la banda sonora de aquella noche. A decir verdad, la cosa se estaba poniendo muy fea ahí fuera, pero yo actuaba como si aquello no fuera conmigo.
En esa actitud indolente debí permanecer varias horas hasta que alguien llamó a la puerta. Fueron unos golpes secos de nudillo, tan seguidos y enérgicos que me arrancaron del letargo en el que me encontraba sumido. Al principio no reaccioné más que quedándome mirando fijamente a la puerta, pero a los pocos segundos supe que debía hacer algo. Me incorporé del sillón desvencijado en el que me había desplomado quién sabe cuántas horas atrás y me dirigí no a la puerta, sino a la ventana que flanqueaba la entrada de la casa. Con la mano aún manchada de sangre corrí el suficiente trozo de cortina que me permitiera ver sin ser visto. Un rojo escandaloso impregnó el visillo con mis huellas dactilares mientras yo me preguntaba si la sangre me pertenecía o no.
Desde aquél ángulo, tan muerto como el resto de los presentes en el salón, no conseguía ver quién era el que había llamado, así que pegué la mejilla derecha al gélido cristal y traté de dirigir la mirada todo lo que pude hacia el umbral de la puerta. No logré ver más que un roñoso felpudo y, sobre él, dos enormes ratas que a priori me parecieron incapaces de llamar intencionadamente a la puerta.
Una presencia al otro lado del cristal hizo que diera un respingo y me apartara de golpe de la ventana. Del mismo susto caí de espaldas y me golpeé la nuca con el respaldo de una silla, pero aquella situación no aconsejaba un desmayo, así que tuve que conformarme con rascarme repetidas veces la cabeza y aguardar a la salida del chichón.
Aquellos ojos me miraron fijamente y de un modo extraño. Pensé que si no me movía tal vez no notarían mi presencia, pero aquella mujer poco tenía que ver con un Tiranosaurio Rex y no parecía dispuesta a apartar la vista de los míos.
Sin embargo lo extraño es que en ningún momento sentí miedo. La situación era tensa y la ansiedad por no saber qué estaba pasando ahí fuera pudo llegar a alterarme y quién sabe si a cometer alguna locura, pero en el fondo estaba bastante tranquilo. Sí, es cierto que allí dentro había víctimas, pero yo no las conocía. Había entrado en esa casa casi por casualidad aprovechando que la puerta estaba entreabierta y una vez allí me encontré el percal. Los gritos se oían incluso con las ventanillas del coche subidas cuando el semáforo que había frente a la casa me mandó detenerme. Y sabe dios que traté de socorrer a todos los que pude, que intenté detener las hemorragias de algunos de ellos y que no decidí usar mi navaja suiza para quitarles la vida hasta que no se pusieron realmente agresivos conmigo. Fue defensa propia y no me arrepiento de ello.
Sonó el teléfono de aquella sala y me abalancé contra la mesita de cristal sobre la que descansaba. Evidentemente no preguntaban por mí, pero no me atreví ni a identificarme, ni a delatarme ni por supuesto a dar detalles de la situación en que se encontraban en aquellos momentos los que parecían ser sus seres queridos. No se pueden poner, me limité a responder para no faltar a la verdad. No, se lo agradezco, pero no se preocupe por mí. Yo estoy bien y todo esto pasará muy pronto. Mañana tengo que ir a trabajar, con lo que como muy tarde a las siete y diez de la mañana me sonará el despertador. No estoy bromeando, señora, mañana tengo una reunión muy importante. Señora, le agradezco sus consejos, pero no pienso huir a ninguna parte, no creo que tengamos que ponernos nerviosos a estas alturas. Por favor acuéstese, que es muy tarde y debe de estar cansada. Está bien, que dios le proteja a usted también.
Enfrascado como estaba en la conversación telefónica no debí darme cuenta del estallido de los cristales de la ventana y justo al colgar el auricular noté un dolor intenso en el muslo. Me pareció como el mordisco de un perro, pero cuando me di la vuelta y me miré la pierna vi de nuevo aquellos ojos de mirada inexplicable en el lugar en que debían estar los del can. Genial, me dije, esto me ayudará a despertar por fin de esta larga pesadilla.
Y mientras aguardaba pacientemente a que aquel zombie en quien no creía terminara con mi pierna derecha y se pasara a la otra empecé a dudar de si aquello era un producto de mi imaginación o no. ¿Qué hora debía ser en la paz de mi habitación? Y por primera vez comencé a sentir algo de miedo e incertidumbre y deseé que para las siete y diez quedara todavía algo de mí si es que aquello no era realmente un mal sueño.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Os ficho como amantes

Os ficho como amantes a jornada
completa, sin asueto ni propina,
como mis consultoras de almohada
para cuando la ausencia me conmina.

Os necesito tanto que os consiento
que a veces cuando os llamo no vengáis
a besarme en la boca cuando intento
contar vuestras miserias, bellas chais.

Si alguna vez os miento con certezas
o a leguas se me ve la alegoría,
con piedra en mano abridme la cabeza.

No os aseguro que no vuelva a hacerlo,
y sólo os pido vuestra compañía
cuando haya de escribirlo pa’ creerlo.

sábado, 19 de octubre de 2013

Tu tesela

Hoy me he puesto a llover con tus palabras
de micro y escenario sin concierto,
hoy se ha visto que estabas en lo cierto
cuando soñabas con abracadabras.

Esta tarde hemos sido cada uno
triángulos bailando en tu tesela,
aprendiendo arte zen en esa escuela
del Japón tropical más oportuno.

Por fin se ha hecho justicia y ha costado
la pena que ha valido, que probar
veneno es parte de la medicina.

Bendito sea este tiempo que ha tardado
lo que tarda un bisiesto en aprobar
la carrera del día de propina.

sábado, 5 de octubre de 2013

El poder de la ignorancia

Deja que otro te quite los zapatos,
espántate la mosca tras la oreja,
¿respirar por ti mismo?, sólo a ratos,
ve y mete tus valores entre rejas,

suma incultura, réstate el pasado,
grítale al árbitro, enciende la tele,
arrasa en navidad supermercados,
consume la basura que más huele,

reza en la iglesia o besa aquella estampa,
lánzate marcha atrás por esa rampa,
pídelo hecho, invierte en tu vagancia,

no pienses por ti mismo, vota en masa,
que siempre tu autocrítica sea escasa,
regálate el poder de la ignorancia.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Con más filosofía

Puedes echártelas de cualquier cosa,
al fin y al cabo eres lo más selecto
con que me haya topado en esta fosa
común llamada vida y, aunque erecto,

algunas veces pienso con la testa
de arriba, la de revisar facturas
de móviles que, con tu voz a cuestas,
me avisan de que llegas con la cura

de lo que diablos tenga y, no contento
con eso, me devano con un ciento
de estúpidas ideas la cabeza,

insisto, la de arriba, sobre cómo
será que estás conmigo y me lo tomo
con más filosofía que incerteza.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Sangrar en inglés

Estaba de viaje y empecé a sangrar en inglés. No sabía muy bien por qué y en mitad del primer vertido pensé en cambiar de idioma, pero enseguida decidí seguir tal cual había comenzado. Al fin y al cabo me encontraba en su tierra, yacía sobre su asfalto y me parecía una falta de respeto sangrar en español sabiendo como sabía hacerlo en la lengua oriunda de aquel lugar, de aquella gente. A nadie le gustaría que viniera otro de fuera a regar el paso de peatones de su barrio con una sangre ininteligible para el miembro del servicio municipal de limpieza que iba a tener que traducirla a manguerazos, así que creí, pienso que con buen criterio, que debía continuar sangrando en inglés.
Mi plasma de origen latino parecía dominar perfectamente el idioma de allí. Siguió la flecha pintada en el suelo e hizo caso a la inscripción que lo exhortaba a mirar hacia la derecha. Look Right decía, y el reguero de sangre comenzó a dirigirse en dirección al Támesis, tal vez pensando que si lograba alcanzar sus aguas y nadar en inglés podría recorrerlo hasta su desembocadura. Si los glóbulos rojos se agarraban de las manos los unos de los otros, exactamente igual que lo hicieran sus primos lejanos protagonistas de unos famosos y didácticos dibujos animados que recordaba de mi niñez, lograrían crear una mancha roja oscura que “surfearía” sobre la superficie fluvial. Quizás si las gotas tenían la precaución de no separarse y no dejarse engatusar por sus semejantes de agua marrón del resto del caudal que, usando la mezcla de acentos que habían ido recogiendo por todos los pueblos y ciudades por las que habían transitado en peregrinación de oeste a este, intentarían a buen seguro camelarlas, tal vez así llegarían a la desembocadura. Una vez en el mar, y si con un poco de suerte lograban alcanzar aguas internacionales sin ser descubiertas, hallarían en modo de bordear el litoral francés y arribar en cualquier punto de la costa cantábrica. De ahí a casa iba a ser ya coser y cantar canciones en español.
Pero no pudo ser. Posiblemente fuera mi culpa. Quizás el caudal de mi roja verborrea no fuera suficiente como para alcanzar el río y se fue drenando palabra a palabra en las hendiduras del mal asfaltado pavimento londinense. No era el momento de echarles nada en cara a las autoridades municipales. Estoy convencido de que si el alcalde hubiera sabido de la necesitad que tenía mi sangre de, cabalgando a lomos de su apreciada lengua vehicular, abrazarse con el agua del río más importante que atraviesa su ciudad, habría dispuesto todos los medios a su alcance para que el concejal de urbanismo hubiera mandado alisar el terreno y darle la pendiente adecuada. Acaso modificar el recorrido del propio Támesis hasta encauzarlo por la calle contigua a mi accidente si lo hubiese creído necesario.
Y decúbito lateral entendí en ese momento que mi esfuerzo lingüístico estaba siendo en vano. Los colores siempre se saltan las leyes internacionales y las normas gramaticales establecidas por cualquier académico para significar lo que les venga en gana, y resulta que el rojo latino alarma prácticamente igual que el red anglosajón. La señal de peligro con que mi cerebro tiñó el paso de cebra la comprendió perfectamente el taxista cuyo negro y vetusto vehículo acababa de pasar por encima de mí segundos atrás, y así la expuso a quien quiera que estuviese al otro lado del teléfono móvil que le acariciaba la oreja cuando abrió la puerta derecha del automóvil.
No puedo culpar al pobre black cab. Desde ahí abajo, tan cerca de la rueda delantera izquierda, no pude atisbar fallo alguno en sus pastillas de freno. Es más, me atrevo a asegurar que aquel infeliz coche no había hecho más que cumplir órdenes, como venía haciendo desde hacía más de cuarenta años.
¿Entonces? ¿Había sido culpa del taxista? No estaba dispuesto a pronunciar ni una sola gota de mi sangre para insinuar algo así. No me parecería justo para con alguien que lo más que pudo hacer fue frenar de golpe cuando vio como un recipiente de sangre sin abrir, con forma de turista despistado, cruzaba Oxford Street a la altura de Regent Street. Utilizando un paso de peatones, eso sí, pero con la figura premonitoria de un muñequito en rojo iluminándose en la acera de enfrente para alertar a los incautos y tras haber mirado para el lado equivocado, el mismo lado al que acostumbraba a mirar cuando Orford Street era el Passeig de Gràcia y Regent Street la Gran Via de les Corts Catalanes.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Largo coma

Como resucitar de un largo coma,
así aterrizo yo en la red social.
Quiero meterme en un berenjenal
donde sembrarle agravios al idioma.

Transito como un pez por las rebajas
dándome golpes contra vuestro muro.
Hasta ahora no he hecho más que hacerme el duro
ante esta urdimbre y sus “claras ventajas”.

Que alguien tenga piedad de este bloguero,
que aún tuerce renglones cuando escribe
y si la caga arruga la pantalla.

Tal vez no tire esta vez la toalla
y, quién sabe si me vuelva proclive
a mostrar lo que reservo al loquero.

sábado, 24 de agosto de 2013

Canción de cuna de un niño muerto

La canción de cuna de un niño muerto
pasea sus acordes por el vientre,
desengaña pero no lleva al huerto,
arrasa con lo que a su paso encuentre.

Viste de negro, pero no de oscuro,
lleva un “cuánto lo siento” en la solapa,
se lamenta (que no es cruzar el muro),
no es pegadiza por más que te atrapa.

La canción de cuna se canta al alba,
cuando van a dormir todos los sueños
que no han visto ni un mal rayo de luna.

Es la oda de los vivos pedigüeños,
de barrigas hinchadas por la hambruna;
los que respiran pero crían malvas.

viernes, 9 de agosto de 2013

Voz en off

Se reflejaba en la barra del bar
el rostro esquivo que anoche vestías,
pediste un mal trago para tomar
a la salud de quien no merecías.

Te custodié a mil metros de distancia
para poder oler bien tu pasado,
el humo limpio y puro fue fragancia
parisina de barrio marginado.

El sostén te realzaba el despecho
pero un pezón apuntaba hacia el lecho,
así que te escolté hasta el precipicio.

Hoy soy cronista de esta turbulencia,
la voz en off de tu mala conciencia,
tu negación al alba y tu desquicio.

miércoles, 31 de julio de 2013

El portátil me asediaba

Confieso que el portátil me asediaba
con preguntas retóricas de escuela:
que sí, que no, que omite, que cancela.
Me arrojaba piropos, luego lava.

El mundo visto desde una ventana
minimizaba mi anchura de miras,
mis ojos se quemaban en la piras
prendidas de aquella pantalla plana.

Estuve más loco que una macabra
broma, y si me salté todas las reglas
fue por no convertirlas al islam.

Hoy ya no le dirijo la palabra
por no tocarle con rabia las teclas,
ya no me guiña el ojo su webcam.