domingo, 26 de enero de 2014

De cuajo el nombre

Le arranqué de cuajo el nombre
y la arrojé contra los muros del arrojo,
los que separan lo íntimo de lo habitual.
Luego me lancé de cuerpo entero.

El otoño de ahí fuera
mandó caerse a las hojas de nuestras ropas
y ambos decidimos que debíamos florecer.

Temí por que a ese ritmo
se agotara todo el aire de la habitación,
así que abrí de par en par el desenfreno
dejando entrar un chute de aire cotidiano de ciudad
mientras ella me dejaba entrar a bocanadas.

El vello se erizó para decir aquí estoy yo,
alguien prendió la música y el baile fue infinito
hasta que acabó.

Se oyó el mar desde la caracola de su oreja
y yo creo que me negué a descolgar.

Le repuse el nombre.

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